La aportación de Leonardo da Vinci al conocimiento anatómico de los maxilares y los dientes
El Renacimiento fue la edad de oro de la Anatomía macroscópica humana. Durante la Edad Media se tuvo a Galeno como maestro indiscutible en la materia, a pesar de sus errores, provocados muchos de ellos por diseccionar monos (el Macacus innus) en vez de hombres y mujeres.
Tal vez uno de los primeros anatomistas que se reveló contra el “dictador” de Pérgamo fue Berengario de Carpio (1470-1550) quien hacia 1507 negó la existencia de una serie de mitos admitidos por la tradición galénica como la rete mirabilis o red arterial maravillosa, localizada en la base del cerebro, donde se producían los “espíritus nerviosos” que circulaban por los vasos sanguíneos.
También negó el útero de siete cámaras y, sobre todo, la permeabilidad del etmoides que permitía el paso hacia la cavidad bucal de los humores formados en el cerebro.
Esto último iba contra la antigua teoría humoral que explicaba las enfermedades dentales como consecuencia de la bajada de los humores fríos desde el cerebro a la boca.
Durante el Renacimiento, aparte de esta tarea renovadora, culminada por el gran Andrea Vesalio, se comenzaron también a ilustrar mediante figuras las estructuras anatómicas observadas directamente en las disecciones.
Primero fueron los artistas, pintores y escultores que acudían a los anfiteatros para ver lo que había debajo de la piel de los seres humanos, sobre todo los músculos superficiales.
Luego, algunos médicos como Ketham (1493) y Gersdorff dibujaron del natural el útero y el cerebro. Vesalio, como hemos dicho, culminó el proceso en su obra monumental “De humani corporis fábrica. Libri septem”, basada en abundantes disecciones humanas. Precisamente este gran maestro comentó la presencia de numerosos pintores en sus demostraciones anatómicas donde, por cierto, adoptaban aires de superioridad frente a los propios anatomistas médicos.
El gran Miguel Ángel acudía frecuentemente a documentarse del natural, y lo mismo Alberto Durero, que llegó a hacer un dibujo señalando su bazo enfermo.
Pero, entre los artistas, quien se lleva la palma por su interés por la anatomía es, sin duda, Leonardo da Vinci, el autor de “La Gioconda” y uno de los espíritus más universales e inquietos de toda la historia de la humanidad. Leonardo da Vinci
Como otros muchos grandes genios, Leonardo nació hijo ilegítimo, en este caso de su padre, el notario florentino Piero da Vinci, y una tal Caterina (Ramón J. Sender habla de la inteligencia destacada de los hijos naturales y recuerda al Cid Campeador, don Juan de Austria, etc.).
Educado por su abuelo, entró a los 18 años en el taller del pintor Verrochio, donde recibió una sólida formación artística. A los 24 se vio inmerso en una oscura denuncia donde fue acusado de homosexualidad “activa” sobre un tal Jacopo Saltorelli de la que salió absuelto (“absoluti cum conditione ut retumburentia”) (5).
En Florencia le tomó gusto a la anatomía. Luego pasó a Milán al servicio de Ludovico Sforza, donde pintó “La Cena”. Vuelve a Florencia (1500-1506) y allí pintó “La Gioconda” (1503) e hizo disecciones en el Hospital Santa María La Nueva de un niño de dos años y de un viejo centenario.
De nuevo se trasladó a Milán, donde hasta 1513, año en que se instaló en Roma, siguió practicando disecciones y haciendo gran número de apuntes con la intención, que no realizó, de publicar una obra sobre ellos.
En Roma se enfrentó a Miguel Ángel y, aburrido de luchas y tensiones, se fue a Francia con el rey Francisco I, instalándose en el castillo de Amboise, cerca del Loira, donde murió en 1529.
Durante sus 67 años de vida hizo de todo: pintor, escultor, arquitecto, orfebre, diseñador de máquinas, etc.
No es éste el momento de analizar su gigantesca obra, de modo que vamos a centrarnos en sus investigaciones anatómicas y, sobre todo, en las concernientes al territorio bucodentario.
Anatomista Como ya hemos dicho, realizó disecciones en Florencia, Milán y Roma. Al principio, siguió las enseñanzas de Aristóteles y, luego, las de Galeno, para al fin observar y dibujar por cuenta propia. En 1489 hizo una serie de dibujos del cráneo muy estimables; más tarde (hacia 1500) otra sobre el sistema cardiovascular y del sistema genitourinario femenino.
Aunque representó el corazón como un músculo por vez primera, no llegó a conocer la circulación menor de la sangre como se ha dicho con evidente exageración.
Describió también el sistema nervioso, el respiratorio y el digestivo. Semejante tarea, que le llevó cerca de 40 años, dio como resultado una colección de 779 dibujos de los que se conservan unos 600.
Trascendencia
Desgraciadamente, las 228 planchas anatómicas de Leonardo no se imprimieron y, tras su muerte, se dispersaron por diversos lugares de Europa.A España llegaron en 1591 abundantes manuscritos vendidos por Oracio Menci, que los recibió de su padre Francesco Menci, a su vez heredero del gran maestro.
A Inglaterra fueron a parar abundantes materiales, a la biblioteca del castillo de Windsor, donde en 1780 el bibliotecario real Dalton los descubrió y en 1796 John Chamberlain llevó a cabo la edición de los mismos.
Estuvieron los trabajos de Leonardo da Vinci doscientos años fuera de circulación. Cuando aparecieron ya no suponían nada frente al desarrollo de la anatomía que en aquellos momentos había descubierto y descrito casi todas las estructuras macroscópicas (y muchas microscópicas). Desgraciadamente, pues, la obra anatómica del autor de “La Gioconda” tuvo poca trascendencia científica y apenas fue conocida por algún coetáneo pintor (se dice que influyó en el propio Alberto Durero).
Un artista en el mundo de la ciencia
Leonardo no fue un anatomista riguroso, a veces ni siquiera llegó a comprender lo que su lápiz dibujaba. En ocasiones, se inventaba trazos y suplía sus deficiencias en material humano incluyendo estructuras de animales o ideas tomadas de libros de las autoridades clásicas. Freud incluso llega a más y en su ensayo “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci” explica sus imprecisiones anatómicas citando el análisis del doctor R. Reitler sobre un dibujo de Leonardo en que éste representa a una pareja copulando mediante un corte vertical.
En el esquema se saca de la manga un conducto que va desde la cavidad abdominal hasta el pecho femenino, destinado al suministro de leche. Pero el mayor error, impropio de un pintor avezado, es la confusión de las piernas y los pies de la pareja, que no se corresponden con la posición del corte vertical (pone el pie izquierdo del varón cuando debería ser el derecho y el derecho de la mujer cuando debería ser el izquierdo.
La equivocación, según estos autores, vendría originada por su represión sexual; por la desviación de la misma hacia la homosexualidad que le perturba la razón ante un acto sexual hombre-mujer que no le complacía .
Otros autores han negado el carácter homosexual de Leonardo, pero lo cierto es que no se le conocieron aventuras femeninas y más bien gustó de rodearse de bellos adolescentes, uno de los cuales, Francesco Menzi, le acompañó a Francia y fue, como hemos dicho, su heredero.
No comía carne por considerar un crimen matar animales, pero acompañó a Cesar Borgia, el más cruel de los caudillos, en sus campañas por la Romaña y no se privaba de contemplar las ejecuciones públicas para observar las contorsiones de los ajusticiados en sus últimos momentos.
Quizá todo se explique por su curiosidad ante la naturaleza, la vida y el conocimiento. Solía decir: “Nessuna cosa se puo amare nè odiare se prima non si ha cognition di quella”. Es decir, no se puede amar ni odiar nada si antes no se ha llegado a su conocimiento. Ésta y no otra, seguramente, fue la razón que le llevó a los anfiteatros anatómicos y a las lúgubres salas mortuorias de los hospitales.
Anatomía del cráneo y de los maxilares. De lo que no cabe duda es de que Leonardo da Vinci fue el inventor de los cortes anatómicos y de la representación de la figura humana en diferentes planos.A la cabeza le dedicó varias láminas. En una de ellas podemos observar el nervio maxilar superior saliendo por el agujero mayor de la base del cráneo y emergiendo al exterior por el agujero suborbitario. Al lado, una representación de la yugular y la carótida con sus ramificaciones faciales. Es la primera representación que se conoce del sistema vasculonervioso de este territorio.
Muy interesantes también son sus cortes transversal y sagital del cráneo. En el primero (mezcla de uno y de otro) puede verse el interior de la cavidad craneana, el cigoma y los maxilares parcialmente desdentados (faltan los caninos y varios molares). En el sagital se observan el seno frontal y el seno maxilar.En la siguiente lámina nos indica el modo de abrir una ventana lateral para observar la cavidad del ojo y el seno maxilar.
De la relación entre una y otra cavidad dice: “El ojo, instrumento de la vista, está alojado en el hueco superior y en el espacio debajo de éste (el seno maxilar) hay un fluido que alimenta las raíces de los dientes. La cavidad del hueso de la mejilla (il vacuo dell’osso della guancia) es similar en profundidad y anchura a la cavidad que contiene el ojo en su interior y recibe venas en su interior a través de los agujeros”.
Con razón se dice que Leonardo da Vinci descubrió el seno maxilar , aunque la completa descripción del mismo la realizó Nathaniel Highmore (1613-1685), discípulo de William Harvey, en Oxford en su obra “Corporis humani disquisitio anatómica” (1651), con láminas grabadas en Den Haag.
Antes, también habían hablado de él Vesalio, Ingrassia, Eustaquio y Gabrielle Falopio. Highmore señaló las relaciones extremadamente delicadas del antro con las raíces de ciertos dientes y anotó la observación de una enferma a la que, tras la extracción de un canino superior izquierdo, le sobrevino la abertura del seno que se fistulizó en el alveolo vacío.
En otro corte antero posterior, Da Vinci nos muestra en el lado derecho de la figura la articulación dentaria y en el izquierdo el número y la forma de las piezas dentarias de una media arcada, cuatro incisivos, dos caninos, cuatro premolares y seis molares.
Se equivoca en la morfología de los premolares adjudicándoles dos raíces (o que en realidad representa más bien parece un molar de leche).
Estudios fisionómicos
Aparte de lo que pudiera haber de curiosidad científica en la obra de Leonardo, no cabe duda de que el conocimiento anatómico estuvo al servicio de su obra pictórica y escultural.
La boca y los dientes le sirven para dar carácter a sus personajes tallados en mármol o plasmados en lienzos y murales.
Puede constatarse, por ejemplo, en el dibujo de cinco cabezas grotescas conocido como “Los Caracteres”, donde la cavidad bucal, los maxilares, los labios y los dientes ( o su carencia) determinan el temperamento de cada una de ellas.
Vemos en el centro la serenidad y fortaleza de un patricio coronado de laurel acaso carente de dientes en la arcada superior, pero con una mandíbula enérgica y poderosa.
A la izquierda, un prognato astuto y vivaracho con su “barba en chancleta”, tremendamente belfo, como se decía en el español de entonces. Detrás, un colérico desgarrado abre su boca y grita sabe Dios qué amenazas o lamentos, enseñando la lengua y toda su dentadura. A la derecha, detrás, un anciano caviloso medita, entre ausente y abstraído, la fugacidad de la vida y los estragos del tiempo que se ha llevado sus dientes de forma implacable.Y, a la derecha, un tipo abyecto con el labio inferior caballuno, como salido de cualquier establo.
La desdentación está presente en otras muchas ocasiones. La vemos en una terracota de la colección Silberman de Viena catalogada con el nombre de “cabeza de viejo”, donde la mandíbula casi contacta con la punta de la nariz, debido a la dimensión vertical perdida.
Destaca en las figuras de los tres Reyes Magos de la “Adoración de los Reyes Magos” de la Galería Uffici de Florencia donde uno de ellos casi se toca el apéndice nasal con el labio inferior y a los otros se les hunde el bigote sobre la cavidad vacía.
Y no digamos en el “San Jerónimo” de la Pinacoteca Vaticana, con un par de incisivos por toda provisión en el maxilar superior (13).
Una noticia extravagante
Sin embargo, ¡qué hermosos son los dientes de la Gioconda!
Evidentemente no están representados en el lienzo, pero se adivinan perfectos tras los labios enigmáticos de la Monna Lisa.
Esa media sonrisa no sería posible sin una dentadura regular y bien proporcionada.
Sin embargo, siempre hay quien pretende significarse a cuenta de la perfección sublime. Quien no es capaz de crearla, busca la fama destruyéndola.Eso pretendió Erostrato, un oscuro individuo de Efeso, incendiando el magnífico templo de Diana, una de las siete maravillas del mundo.
Sus compatriotas le condenaron a muerte y prohibieron que nadie pronunciara su nombre. Sin embargo, Teopombo, un historiador, rompió la ley del silencio para escarnio de las generaciones futuras.
Otro demente pretendió pasar a la posteridad quemando con ácido la “Dánae” de Tiziano en el museo del Hermitage de San Petersburgo.
Pues bien, en 1999, en el diario El Mundo apareció una crónica de agencia donde un redactor anónimo comentaba la noticia (según él recogida de la “Revista de la Sociedad de Arqueología de Londres”) de acuerdo con la cual unos arqueólogos ingleses habían descubierto la causa de la famosa sonrisa de la Gioconda.
Según el anónimo redactor, al que sin duda ya habían condenado los efesianos, la pobre señora padecía de horribles caries dentales, lo cual la obligaba a permanecer con los labios cerrados para no mostrar sus carcomidos incisivos.
La noticia era absolutamente falsa y jamás había sido publicada en la mencionada revista londinense.
Aunque muy frecuente la caries dental en todas las épocas, siempre hubo quien, al menos en la juventud mantuvo la dentadura en perfecto estado. Leonardo da Vinci jamás habría mentido y escamoteado semejante ruina. Siempre pintó la verdad aunque fuera desagradable. A los viejos no les ahorró el estigma de la desdentación y a las hermosas no les regateó la galanura.
A una mujer acometida por las caries dentales, los flemones y la odontología difícilmente le habría concedido la placidez serena y confiada que transmite la figura de Monna Lisa.
Para eso estudió la composición del cuerpo humano, los músculos, huesos, nervios y vasos de la cara. Para eso contabilizó el número de dientes y su disposición y por eso supo las consecuencias fisonómicas de la desdentación, las arrugas, rictus y vacíos.
A fin de cuentas, ese es el resultado de la multiplicidad de saberes y de la universalidad del genio. El pintor debe conocer la anatomía y, en nuestro caso, le dentista debe interesarse por el arte y la belleza. Leonardo da Vinci nos dio ejemplo con su insaciable curiosidad por todas las materias. La odontología incluida.
TOMADO DE LA GACETA DENTAL.COM
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